miércoles, 4 de diciembre de 2013

La Guerra de la Calavera (II)

Seguimos con la historia que comenzó en la entrada anterior, sin pausa. Vamos a dejar un momento a Agatha en la plenitud de su poder y centrarnos en las circunstancias que rodeaban al resto de divinidades. Es obvio que entre ellas cuentan con sus ambiciones, secretos y objetivos propios, pero tomar el aliento de un invocador es algo que todas notan. El dotar de dicho poder a la nigromante inquietó mucho al resto. Los dioses del bien discutieron sobre el plan de acción, pues Nerull cerró las puertas de su plano. Era una silenciosa declaración de intenciones. Las divinidades más guerreras lanzaron a sus clérigos y paladines contra la torre de Agatha, y todos cayeron fulminados por su magia. Pequeños ejércitos divinos se plantaban delante del lugar. Por mucho que expulsasen a unos u otros muertos vivientes, acababan falleciendo ante el temible poder de la nigromante y siendo levantados para servir a su voluntad.

En este momento, Pelor decide actuar. Insufló de poder divino al individuo, a priori, menos preparado: se llamaba Niosan. Un criminal que había cometido más de treinta asesinatos antes de ser capturado, y que ahora guarecía esperando su muerte. El poder divino que introdujo en su interior fue suficiente para que este redimiese sus pecados y actuase a favor del bien, pero nunca fue un individuo bueno de corazón. La propia divinidad había tomado la decisión de revocar su propio credo, su propia esencia. Alguien con el corazón puro jamás podría hacer frente a la desmesurada maldad que esta engendraba. El ex-criminal aceptó su voluntad y se transformó en su paladín. Resulta curioso que nadie se acuerde de él. Las propias crónicas religiosas han borrado su nombre del pasado: a nadie le interesa ver como la propia divinidad se volvía contra sus propios credos. Es importante entender esto: Pelor siempre otorgará poder divino a personas de buen corazón. Incluso si es una persona de corazón malvado, revocará toda la maldad que guarde dentro incluso a riesgo de cambiar su alma. Esta vez simplemente otorgó su poder, explicó su misión y le encaminó a una solución que solo alguien que no creyese en la redención podría otorgarle. Porque Agatha era un problema imposible de zafar con mera bondad.

Niosan encaminó sus pasos a encontrar la forma de destruir a un ser que antes había sido mortal. Tenía claro que no podría matarla, y solo sería posible sellar su alma y su cuerpo. En sus viajes topó con Lupo, un joven aprendiz de la escuela Transformación. Como vemos, de nuevo la magia tomaría un protagonismo destacado en esta historia. Lupo le habló de la capacidad de transformar un objeto en un recipiente o, en su defecto, de sellarlo a un lugar. El paladín le envió a investigar dicha forma de sellar el poder de alguien tan poderoso, mientras él se dedicaba a buscar el pasado de la maga. Si había sido una mortal antes, a ese espolón se aferraba el ex-criminal. Todos sentimos el pasado como algo nuestro, no importa la manera. Con los meses fue siguiendo el escaso rastro que ella había dejado, hasta dar con su madre. Esta le confesó el cariño que le tenía a su padre. Ello fue suficiente. Los planes de Niosan iban tomando forma.


La División del Ejército de la Rosa Muerta. Expuesto en el Templo de Nerull de Palanthas.

Una alianza de ejércitos reclutados por los propios adalides de los dioses comenzó a tomar forma en el momento en que Agatha salió de su torre, dispuesta a sumir Áinster en la muerte más absoluta. Siguiendo a Duiker, que basa las cifras en las crónicas Abanienses y de Gorold, alrededor de 120.000 personas poblaban todo el continente. De ellas, aproximadamente 100.000 eran humanos. La Marcha de la Muerte, como se llamó a los dos meses que Agatha caminó con su ejército de no muertos, se llevó consigo a 20.000 personas, es decir: uno de cada cinco humanos falleció. Pocas confrontaciones se han llevado a más personas en la Historia de Anthara, pero una vez más, esto permanece en el secreto. Los ejércitos de la poderosa invocadora de Nerull aumentaban con cada población sobre la que pasaban. Sus criatura mataban a los mortales, y ella los levantaba para servirles. En las Llanuras de Güiron, ahora llamada Ciénaga de los Muertos, tuvo lugar la confrontación que da nombre a esta guerra. Más de treinta mil no muertos se enfrentarían a un ejército formado por aproximadamente siete mil tropas de coalición entre todas las razas, dirigidas en su mayor parte por clérigos cuyo poder procedía de las divinidades del bien. Se calcula que alrededor de 500 miembros tenían algún tipo de poder divino. Entre ellos estaban Niosan y Luto. Su plan comenzaba.


Niosan, paladín de Pelor. El Traidor.

Luto había encontrado la manera de sellar el alma de Agatha a otra alma mortal. Un complejo ritual en un espacio de tiempo ínfimo, con idea de que no se pudiese reaccionar ante el mismo. Niosan cargó contra los muertos vivientes, sin luz que le amparase, sin un carisma que incitase a enfrentarte a él. Agatha había atraído como su Comandante a Lord Soth, un misterioso ser imbuido de un gran poder maligno. Este era el dueño y señor del ejército, y sus maniobras estaban destruyendo al ejército rival. El paladín avanzó entre las fuerzas sin apenas ser tocado por estas criaturas, tal era su capacidad para ocultar sus propias intenciones. Usando sus habilidades como asesino, se mezcló con la muchedumbre, atravesó divisiones de no muertos y llegó al lugar donde Agatha reposaba, disfrutando con la carnicería. En ese momento, un conjuro de polimorfar le transformó en el padre de Agatha. Ante ella, la propia nigromante quedó perpleja durante un instante. Dudó, y sus fuerzas flaquearon. Siquiera se planteó que pudiese ser un truco. Niosan se acercó a ella, transformada en su padre, y le abrazó. Le abrazó durante los segundos suficientes para, con un pequeño cuchillo, clavarlo en el corazón de ella y, posteriormente en el suyo.

Es preciso entender que Niosan asesinó a sangre fría a otro individuo. Da igual lo malvado que este sea, las doctrinas de Pelor y su propia esencia jamás deberían permitirlo. En ese momento perdió todo su poder divino, fue arrebatado de él. Ahora Niosan era de nuevo un simple mortal. Con la sangre de ambos, el cuerpo del antes paladín, lleno de extrañas runas insertas en su piel, completó el ritual, y la mortalidad de Agatha desapareció. Había sido condenada, pues esas fueron las palabras de él, a no vagar nunca más por Anthara. Cualquier intento de ello solo le llevaría a la, literalmente, desaparición, pues se le privaría del Tiempo, entendido este en su más pura definición. El cuerpo de Agatha, en ese momento, cayó. La multitud de aliados, viendo esto, arrasaron poco a poco con el ejército de no muertos. Ya nadie los levantaba. Lord Soth había desaparecido. La victoria llegó.


Soth, Comandante de los Ejércitos de la Calavera

Tulo tenía ante sí el cuerpo de Agatha. Este permanecía completamente dormido, casi se diría que muerto. Pero las circunstancias ahora comenzaban en los planos divinos. Pelor convino a Nerull a que destruyese el cuerpo de la invocadora, a lo que este se negó, pues ella era inmortal y no revocaría dicha bendición. El acuerdo sería el siguiente: el cuerpo de ella sería recluido en el lugar más santo relacionado con la divinidad de la muerte. El transformador dejó el cuerpo de la invocadora en la Iglesia de Palanthas, y allí descansó durante poco tiempo. Se trasladó al poco a un pequeño mausoleo oculto en una gran mazmorra dedicada a Nerull. Allí descansaría para toda la eternidad, salvo que un personaje imbuido del poder del Bien volviese a encontrarse con la misma. Tal era la condena que la invocadora tenía para su despertar, y aunque lo hiciese, jamás podría pisar de nuevo el plano. O eso se creía…

Casi trescientos años después, el grupo de Portadores de la Marca, liderados por un paladín de Pelor, y sin quererlo, despertaron de nuevo a Agatha. Las cosas habían cambiado mucho en Anthara. Desde ese momento, y cien años después, nadie le ha visto pisar este plano. Los pocos que la sintieron, aunque fuese durante un instante, respiran aliviados. Nunca más podrá pisar este mundo. La maldición de Niosan sigue alojada en su alma. Jamás podrá volver un régimen de muerte que, en estos momentos, sería más peligroso que nunca. O eso se cree. O eso se quiere creer.

Esto ha sido todo, queridos lectores/as. Es una historia algo complicada, pero espero que hayáis pillado lo importante. Y, por supuesto, que os haya gustado. Estoy por aquí para responder a cualquier duda que tengáis (o en Facebook). ¡Nos vemos en el siguiente relato!



lunes, 2 de diciembre de 2013

La Guerra de la Calavera (I)

Llevo mucho tiempo sin actualizar con algún dato nuevo sobre Anthara. Lo bueno de montarte un blog en el que no tienes periodicidad o compromiso alguno es que escribes cuando te apetece de lo que te apetece. Y no hay que dar razón alguna, solo decir: vamos a ello. Dicho y hecho, hoy hablaremos de un suceso histórico del que apenas se conocen datos: La Guerra de la Calavera, que enfrentó por primera y última vez a las huestes de Pelor, dios del Bien, con Nerull, dios de la Muerte. Para ello, os animo a consultar la religión (Aquí) de Anthara.

El personaje principal de este acontecimiento es Agatha, la única invocadora de Nerull que ha existido. Recordamos que los invocadores son individuos dotados de poder divino de una forma mucho más cercana y personal que cualquier clérigo, sacerdote o paladín. Es un vínculo más fuerte, y por ende, menos cercano a dogmas, costumbres, ritos y creencias. La protagonista de esta historia tuvo tal poder en sus manos que sacudió los pilares de Áinster, el continente principal de este mundo. Este fenómeno, según nos relata el historiador Duiker, sucedió en algún momento de la Era de la Sangre (entre los años 0 y 300). Si le preguntásemos al veterano historiador el por qué del escaso conocimiento de esta guerra, nos relataría que vino dado por el interés de los primeros monarcas de consolidar su presencia sobre unos reinos que comenzaban a gestarse y que precisaban, por ello, de una enorme propaganda. Además, fue esta una batalla de carácter divino, como veremos más adelante.

En esta primera parte, vamos a hablar de Agatha. Nuestra protagonista nació en el seno de una familia humilde de una pequeña localidad hoy destruida, Licentum, situada en los límites de las Montañas de la Desolación. Su infancia estuvo teñida por los abusos de su madre y la protección desmedida de la figura paternal, que murió cuando esta tenía apenas ocho años. En este tipo de personas que han sufrido reparos físicos y psicológicos desde pequeños, las circunstancias en las que se mueva la personalidad de las mismas es imprevisible. Agatha se abstuvo en su propio mundo, leyendo y persiguiendo sus sueños, pero también desarrolló una personalidad dominante, ambiciosa y orgullosa de ella misma. Un día contestó a su madre por primera vez. Otro le golpeó con el atizador de la chimenea. Otro la empujó contra el fuego de la pequeña chimenea. El rostro de su madre quedó cubierto de llamas. Ella aprovechó para marcharse tras dicho acontecimiento. Lo hizo no por miedo, sino por darse cuenta que tenía una capacidad que no debía desaprovechar. Allí no le quedaba nada.


La única representación que se tiene de Agatha. Cuadro expuesto en el Templo de Nerull, en la ciudad de Palanthas

Los caminos del aventurero, y más en estos momentos, eran más peligrosos que nunca. La muerte caminaba con aquellos desprotegidos. Pero Agatha no lo era. Cuando se relatan las circunstancias de su éxito, muchos piensan en la imposibilidad de que una chica tan pequeña no sufriese ningún tipo de percance. Efectivamente, se diría que alguien o algo velaron por ella. En todo caso, al poco se convirtió en aprendiz de Erementhir, un discípulo directo de Fistandantilus. Para los que os acordéis o no estéis muy al tanto, este fue el Primer Nigromante. Una vez más, parecía que el destino de la chica era este. Aprendió durante quince años los entresijos de la magia, y si bien no llegó a crear ningún conjuro, si dominó todos los de la Escuela Nigromancia. Se había convertido en una maga que superó con rapidez las capacidades de su maestro. Acabó con la vida de este cuando vio que no podía hacer más por ella. Los motivos fueron los mismos que hicieron eso con su madre: Agatha tenía una reserva de paciencia minúscula, inexistente. Se dejaba llevar por sus instintos más primitivos en cuanto las cosas no salían como ella deseaba. Acostumbrada a sentirse alguien con poder, su cuerpo había embellecido y se había convertido en una joven muy hermosa. La mezcla no podía ser más terrible: poder, belleza y ambición. La necesaria para sentir que nadie estaba por encima. La necesaria para decidir que nadie haría algo como ella no quisiese: moriría en caso contrario.


El famoso y codiciado tomo de Fistandantilus, llamado "Necronomicon"

En estos instantes de su vida, Agatha inicia la andadura hacia la búsqueda de la derruida Torre de Fistandantilus. Una vez la encuentra, derriba todas las protecciones excepto la última. En un momento de máximo peligros para su vida, se ve impelida por la fuerte magia que rodea el tomo del nigromante. Sintiendo como perdía su vida, sufre la furia que le embarga al no poder culminar el último de sus planes, la última de sus ambiciones. En ese instante, el dios Nerull se presenta ante ella y le ofrece un pacto:  se convertirá en su invocadora, su elegida Tendrá la capacidad de ser juez de vida y muerte sobre todo Anthara. A cambio, pondrá ese poder a su servicio y lo usará sin lamentaciones, aunque la necesidad no medie. Agatha comprende que, con su poder, ultimará el más definitivo de sus objetivos: ser más poderoso que cualquier nigromante. Imbuido de poder divino y arcano, su magia trascendería cualquier otra. No solo sería la más poderosa de todos los mortales: estaría por encima de ellos. Nerull le otorgó aquello que jamás se podía otorgar. La convirtió en inmortal, y le dio la capacidad de levantar a cualquier muerto para que le sirviese. Aceptó y, triunfante, se alzó con el tomo del nigromante. Reclamó esa torre como suya y pasó a tejer poco a poco un plan. Un plan para convertirse en ama y señora de la vida y la muerte entre mortales. Lo poco que existió de humanidad en ella había desaparecido: la mancha negra del dios de la muerte había contaminado su alma y la propia divinidad se regocijaba ante lo que vendría.